El doping en el deporte

La administración de drogas estimulantes o tranquilizadoras, es un problema médico-social tan viejo como preocupante en el deporte. Cuáles son las características de esas sustancias? Qué efectos producen en el deportista?
Esta nota alerta sobre las serias consecuencias que ocasiona el doping.

Se debe interpretar como doping a la administración de sustancias medicamentosas que ingeridas por los deportistas antes o en el transcurso de la competencia, tienen por fin -en base a su propiedad específica- excitar (drogas estimulantes) o tranquilizar (drogas tranquilizadoras) al deportista.

El uso con el fin señalado, tanto de unas como de otras, crea problemas de salud que el médico está obligado no sólo a señalar, sino también a alertar a quienes corresponda, e incluso a combatir desde el momento en que no sólo distorsiona los beneficios que la práctica del deporte brinda a la salud de la población, sino que su creciente uso indiscriminado es fábrica de individuos que, tarde o temprano, pasan a engrosar las filas de los física o psíquicamente disminuídos.

Las primeras de estas sustancias, es decir las excitantes, se caracterizan por producir en el competidor los siguientes efectos: euforia, aumento del número y de la amplitud de los movimientos respiratorios, mayor metabolismo basal, hipertensión, taquicardia, etc., todo lo cual se traduce en un mayor rendimiento deportivo.

Químicamente estas drogas pertenecen a la familia de las aminas (anfetaminas, cafeína, estricnina, hidróxido metílico).

Por lo general son utilizadas por los deportistas profesionales, que ante la imposibilidad de conseguir por medios naturales una victoria, cada vez más difícil de alcanzar dado el progreso científico del entrenamiento y la depurada técnica y perfeccionamiento de cada uno de los movimientos que entran en juego en el deporte, no vacilan en recurrir a la ingestión de ese tipo de drogas con tal de conquistar su objetivo a cualquier precio.

Si bien consiguen momentáneamente de su organismo un rendimiento superior a lo normal, lo hacen a costa de su futrura salud general, y en especial de su aparato circulatorio, causando en éste, lesiones que no sólo lo imposibilitan para intervenir en las futuras competencias, sino que le dejan secuelas que lo disminuyen físicamente como integrante de la sociedad.

En cuanto a las sustancias tranquilizadoras, generalmente son ingeridas por dos grupos de deportistas: los adultos "amateurs" y los menores que comienzan a competir.

Los primeros concurren a su club el fin de semana y, por el solo hecho de entrar a una cancha de tenis, pierden el control, se sienten nerviosos, y ante esta situación no encuentran mejor salida que solicitarle a su médico le recete un tranquilizante.

El problema que se suscita en este caso no es de orden somático, sino psíquico. Sabemos hoy que la medicina moderna considera al deporte como una verdadera "válvula de escape" del individuo frente a los múltiples contratiempos diarios.

Psicólogos y psiquiatras están de acuerdo en considerar como complementarios los términos deporte-agresividad, dándole a este binomio el contenido significativo de: gasto de energías físicas - liberación de conflictos psíquicos.

Por lo tanto, el problema se produce porque con la ingestión de tranquilizantes la acción deportiva no cumple la dualidad de su función, sino solo una de ellas: la somática (gasto de energía), permaneciendo la segunda, agresividad (liberación de problemas psíquicos) sin realizar.

Es bien sabido que el chico, días antes de la competencia, presenta generalmente nerviosismo que se manifiesta por dolores abdominales, diarreas e insomnio. Ante este cuadro repetido, los padres le administran un tranquilizante; resuelven en forma satisfactoria el problema creado por la proximidad de la prueba en el niño.

Con respecto al problema que crean los tranquilizantes administrados a los menores que comienzan a competir, si bien no son graves de inmediato, lo son mediatos, puesto que abonan el terreno para crear en el futurro deportista actitudes que van en detrimento de su formación moral: hábito a la droga y la dependencia psíquica a la misma. Esta última tiene tanta fuerza compulsiva como la primera y no debe menoscabarse en la apreciación del problema.

Aquí es conveniente aclarar que no debe considerarse como doping la ingestión de los medicamentos llamados defatigantes, los cuales tomados en un tiempo relativamente largo antes de las competencias evitan los calambres y combaten el cansancio y la fatiga muscular (drogas a base de magnesio espartatos y gingseng).

Resumiendo, insistimos en que el doping constituye un problema médico social con incidencia en la esfera somática y psíquica del individuo. Un problema que el médico está obligado a señalar y a combatir en pro de la salud de la población, y cuya práctica está íntima y esencialmente reñida con el principio básico e integral de la ejercitación del deporte, compendiado éste en el sabio, secular y siempre actual aforismo "mente sana en cuerpo sano".

Klgo. Claudio Bosco

 

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